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6.7.09

Tras las pistas filosóficas de crímenes imperceptibles

Acerca de Los Crímenes de Oxford (Alex de la Iglesia, 2008)
Dra. Liliana J. Guzmán

¿Podemos conocer la verdad?



Ese sería el enigma que, inspirado en la filosofía de Ludwig Wittgeinstein (Viena 1889-Cambridge 1951), desata en la Universidad de Oxford una serie de preguntas, intrigas y acontecimientos extraños desbordados en muertes y lecciones filosóficas. Can we know the truth?, tal sería la pregunta motivo de la película Los crímenes de Oxford, de Alex De la Iglesia (Bilbao, 1965). ¿De qué modo una filosofía del lenguaje, una filosofía aplicada a la interpretación de la ciencia con los recursos de la lógica, inspira una película maravillosa como Los crímenes de Oxford? Basada en la novela del matemático y novelista argentino Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962), la película nos cuenta la historia de una serie de misteriosos asesinatos que se suceden uno tras otro luego de la llegada de un estudiante americano a Oxford, en busca de maestro para el doctorado. Y lo que me inquieta de momento no es narrar el hilo de suspenso, tan bellamente construido en su guión por Alex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría, sino buscar las preguntas que el texto cinematográfico deja resonando. Porque básicamente, quizás, las preguntas del texto fílmico serían - encadenadas a la pregunta de Wittgenstein sobre ¿podemos conocer la verdad?- algunas como éstas: ¿hasta dónde (nos) es posible comprender los acontecimientos, en sí y tal como suceden?, ¿hasta dónde (nos) es posible pensar la experiencia filosófica como una experiencia educativa?, ¿hasta dónde la experiencia educativa es posible, al menos en una relación maestro-discípulo que no sigue el camino de una formación académica sino de una experiencia subjetiva y, en gran modo, peligrosa? Y finalmente, ¿hasta dónde podemos comprender la experiencia de la muerte como algo que puede ser explicado, previsto, calculado, evitado e incluso enunciado? “De lo que no se puede hablar, mejor hacer silencio”, tal como dice el enunciado de Wittgenstein varias veces repetido en el film por uno de sus protagonistas principales, John Hurt, en el papel de Dr. Arthur Seldom, emérito catedrático de Oxford. ¿Podemos comprender los acontecimientos, en sí y tal como suceden? El film Los crímenes de Oxford se inspira en varias premisas del Tractatus Logico-Philosophicus del así llamado “primer” Wittgenstein para enseñarnos que quizás vivimos la muerte de la filosofía, una muerte desbordada de preguntas, una muerte sobre las posibilidades de conocer y develar una verdad concebida como certeza, consumada como principio indiscutible. Preguntas por la verdad que inquietan por completo al alumno de doctorado protagonizado por Elijah Wood (Martin). Preguntas por la verdad que exceden el ámbito de lo cognoscible, de lo abarcable con la lógica del entendimiento, y que se acotan a la comprensión parcial que podamos lograr acerca de los acontecimientos de la vida, la muerte, la finitud y todo hecho producido por obra de la casualidad, causalidad y el azar. En tal sentido, ¿podemos comprender nuestras experiencias con la muerte? ¿Podemos comprender nuestros actos de amor, y lo que de ello obra en consecuencia? ¿Podemos comprender nuestros modos de interpretar lo que sucede, lo que pensamos, lo que nos pasa en el mundo? ¿Podemos comprender la vida y la muerte, como esa tensión ineluctable e inexorable de nuestra experiencia humana?¿Hasta dónde (nos) es posible pensar la experiencia filosófica como una experiencia educativa? Los crímenes de Oxford se ocupa de mostrarnos que no siempre la relación pedagógica se resuelve en un camino de formación traducido en crecimiento académico institucionalizado, pues la historia no construye una relación pedagógica finalizada en una tesis doctoral. John Hurt y Elijah Wood protagonizan una historia apasionada donde los enigmas gritan más fuerte que las certezas, donde las inquietudes filosóficas del joven serán envueltas en los guiños tramposos de un académico célebre en el campo de la Lógica Analítica, pero tan humano como los errores y detonantes que desata, con mal fin, por cada paso subjetivo dado en el camino. La película es la trama oscura de varios asesinatos de alguna u otra manera vinculados a personas de lo más allegadas al brillante profesor de Oxford, a sus amores, su vida, su pasado. La película es la trama oscura de varios asesinatos de alguna u otra manera vinculados a personas con las que el joven discípulo de filosofía analítica se encuentra en el camino, al llegar a Oxford. En esa trama, ¿qué espacio queda para las preguntas filosóficas? El espacio de las respuestas y enigmas de Wittgenstein, los desciframientos de la lógica, parecen no ser sino un comienzo de camino para las inquietudes comunes de esa extraña relación entre Arthur Seldom y Martin. El espacio vital del amor, del amor actual y de los amores pasados, será el elemento dinámico en el que la historia pasará de una relación pedagógica cuasi convencional (un discípulo pide formación a un maestro) a una relación extraña y con otras lecciones éticas y de interrogación de sí mismo, donde lo central ya no será el desciframiento interpretativo del Tractatus sino un modo específico de aplicar la comprensión de la filosofía de Wittgenstein a los acontecimientos actuales, a las preguntas en acto que atraviesan y afectan profundamente la vida de ambos: la del profesor mirando los errores del pasado, la del alumno interrogando los azares del presente. Así las cosas, ¿hasta dónde la experiencia educativa es posible, al menos en una relación maestro-discípulo que no sigue el camino de una formación académica sino de una experiencia subjetiva, y en el que las preguntas filosóficas de las premisas de la Lógica devienen en preguntas acerca de sí, no como vía de conocimiento sino como experiencia con las sombras de sí en el espejo del otro?Finalmente, la película nos plantea otro interrogante: ¿hasta dónde podemos comprender la experiencia de la muerte como algo que puede ser explicado, previsto, calculado, evitado e incluso enunciado de alguna u otra manera? “De lo que no se puede hablar, mejor hacer silencio”, es la cita de Wittgenstein con la que Arthur Seldom abre y cierra las puertas de la inquietud de Martin, y las pistas de series lógicas con las que indagan y transitan la serie de asesinatos producidos a su alrededor. ¿Serían asesinatos relacionados entre sí? ¿Sería la Lógica una herramienta para develar o para encubrir hechos acaso vinculados, tal vez no, alrededor de una serie pitagórica de signos matemáticos? ¿Puede la Lógica dar respuestas al enigma de la muerte, como acontecimiento verdadero y como experiencia de finitud? La historia de Los crímenes de Oxford parece mostrar que sí, que las preguntas filosóficas sobre la verdad y la muerte pueden abordarse desde proposiciones del entendimiento lógico… al menos así parece mostrarlo hasta la muerte colectiva de niños hacia el final de la serie de crímenes. La película, hacia el final, realiza un quiebro en la experiencia filosófica, un quiebro en su relato, un punto de suspenso de la palabra y la pregunta que da lugar al silencio, a la inquietud suspendida entre el pensamiento y el espanto, entre el logos y el pavor enmudecido, entre la ética y la condición irreversible de las consecuencias no pensadas de los actos racionales exentos de prudencia, de cuidado de sí, de cuidado del otro. Actos racionales que acaso atisban a explicar los acontecimientos de la muerte, pero jamás a comprenderla ni a develar el sentido de los sucesos tal como aparecían uno tras otro, concatenados por signos, expuestos a la lógica, casi imperceptibles. Tras estas preguntas, la lección de Wittgenstein queda en pie hacia el final como al comienzo del film: ¿podemos conocer la verdad? El enigma es traducido a la búsqueda de un falso culpable para resolver un crimen y declararlo “perfecto”. El enigma es traducido a la pregunta por sí mismo y a una revelación parcial, sombría, oscura y pavorosa: ¿has pensado las consecuencias de tus actos, verdaderamente? Las preguntas de Wittgenstein siguen en pie, y ya no en el terreno de la Lógica, sino en la inquietud singular, en la experiencia subjetiva de un catedrático apesadumbrado del pasado y de un joven desbordado de presente, de una actualidad que aún vivida rebosante de amor, no puede explicarse a sí misma sino en una comprensión parcial y dolorosa de cierto umbral entre la experiencia del pensar, del amar, y de ver la muerte cara a cara, entrelíneas de una lectura del Tractatus. Liliana J. Guzmán San Luis, Invierno de 2009 --Publicado por Liliana para Koiné el 7/05/2009 03:19:00 PM
Liliana J. Guzmán
http://koine-liliana.blogspot.com/

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